«Excelente maestro es aquel que, enseñando poco, hace nacer en el alumno un deseo grande de aprender.»
(Arturo Graf -Poeta italiano)
El resultado que cuenta de verdad de toda la cadena de valor del proceso educativo es que, al final del proceso, los alumnos hayan adquirido los conocimientos, las habilidades, el dominio de las herramientas tecnológicas y, fundamentalmente, que sean capaces de actualizarse permanentemente. Es decir, que se les haya enseñado a aprender y también a responsabilizarse de su propio aprendizaje. El docente ya no debe ser una fuente, una correa de transmisión, de información. El docente que hoy se necesita es un facilitador de experiencias educativas. El alumno no deber ir al aula sólo a escuchar, debe ir a hacer otras cosas. Debe ir a encontrarse con retos que superar, a desarrollar su creatividad, a darse cuenta de que el fracaso no es tal si de él algo se aprende.
Con los métodos de enseñanza tradicionales los alumnos están acostumbrados a resolver un problema con una única respuesta. Sin embargo en la vida profesional y empresarial los problemas tienen a menudo más de una respuesta. En la vida profesional y empresarial hay muchos más proyectos que procesos, lo que obliga a que para abordarlos se deban crear equipos humanos multidisciplinares en los que cada individuo se aproxime más a la realidad y desde perspectivas distintas. Equipos en los que sus miembros afloren su espíritu creativo y emprendedor. Hoy todavía la mayoría de la gente de las empresas no está preparada para innovar, lo está para ser eficiente, mientras que el futuro del negocio con frecuencia pasa por el intraemprendimiento.
Y para que todo ello ocurra es necesario e imprescindible que el docente ayude a los alumnos a desarrollarse como personas, les ha de conocer, ha de motivarlos, les ha de asesorar, ha de proporcionarles soporte y comprensión. Ha de incentivar su creatividad, les ha de enseñar a pensar con espíritu crítico. Ha de generar en ellos una visión global e internacional que les permita descubrir nuevas culturas y nuevas oportunidades. Debe inducirles un fuerte compromiso ético para que nuestra sociedad sea un lugar mejor para vivir.
Todo esto no será posible si no les damos a los docentes los conocimientos y herramientas con los que poder afrontar ese gran reto que es la formación de los futuros miembros (trabajadores, profesionales, empresarios) de la sociedad del futuro.
En los últimos años he tenido la gran oportunidad de conocer distintos colegios y escuelas, ya fuesen de titularidad pública o privada, con distintos modelos educativos . Y he constatado la gran brecha que existe entre esas instituciones. Mientras unas se alinean con la innovación y experimentan la forma con que satisfacer las necesidades de la sociedad del mañana, otras están ancladas en lo tradicional, me atrevo a decir en el inmobilismo. Y lo más penoso es el haber encontrado a docentes desanimados. Excelentes conocedores de su disciplina pero poco comunicadores, poco o nada empáticos, faltos de recursos y de técnicas para motivar, incentivar, dirigir proyectos, adaptare al cambio o gestionar grupos humanos heterogéneos. Docentes que son conscientes de sus limitaciones y debilidades y a los que parece que nadie les preste atención para ayudarlos en los nuevos retos ante los que se encuentran.
Y ello me lleva a la pregunta inicial: Ante los grandes retos de futuro que debe afrontar nuestra sociedad ¿tiene esa sociedad, nuestro país, la estrategia educativa adecuada?